Accedimos escalonadamente al Intercomunicador Colectivo Simultáneo, en adelante ICS. Cuando apenas si nos sonaba su nombre, nos pareció una nadería dirigida a gente desocupada, algo petarda y sin mundo interior, personas que depositaban su tiempo y su inanidad en los contados centímetros cuadrados de la pantalla del móvil. Críticos como somos, lo juzgamos un accesorio más para convertir las vidas anodinas en objeto de reportaje, una maniobra de distracción y un acicate para la verborrea irreflexiva. ¿Vivir para registrarse en un making-off permanente? Alienante y sin sentido, como el mapa del mundo en tamaño real. Somos gente muy firme en nuestros criterios.

Pero también exudamos empatía. Somos bastante poliédricos, la verdad. ¿Cómo vamos a excluirnos aristocráticamente de la experiencia de nuestros y nuestras semejantes? Desde que usamos el ICS, hemos descubierto algunas ventajas. Por ejemplo, si estamos en una playa del norte, parte de la familia se ha quedado en casa, otros marcharon hacia Levante y el resto de amistades y conocimientos se encuentran igualmente dispersos, con el ICS y antes de que pase de largo esa nubecilla, podemos informar, con texto, voz y/o imágenes con o sin movimiento, de los hitos y argumentos más destacados de cada media hora de nuestras vidas que son los ríos y en ese momento, sin que sirva de precedente, habían ido a dar a la mar.

El purista se queja y fiel al criterio primero y racional suelta que, puesto que todo se retransmite en tiempo real, ya no merece la pena juntarse para contarse nada, tanto ICS, tanto ICS... Bueno, pues ni tan mal, tal vez así podamos prescindir de los relatos, visionados y sesiones audiovisuales post-vacacionales, lo que no dejaría de ser un gran paso para la humanidad.