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Aquel día

Aquel domingo de mayo se levantó gris y desapacible. Eso no impidió que cogiésemos el tren, nos apeáramos en Izurdiaga y encamináramos nuestros pasos al nublado Erga. No llegamos a la cima, ni tan siquiera a la ermita de la Trinidad. Bajamos a Irurtzun mojados y embarrados. Ahí, en el segundo o tercer piso de un edificio en construcción, hicimos botellón, aunque todavía nadie lo llamaba así. Cometimos todas las necedades imaginables en chavales de 16 años cuando pretenden impresionar a ejemplares de su misma especie pero de diferente sexo. Fumamos varios paquetes de Ducados. Bebimos una botella de litro de Taberna Hermanos, tal vez más. A veces me sorprendo de que continuemos vivos. Para cuando regresamos a Pamplona alguien nos había dicho ya que algo había ocurrido en Montejurra. Al día siguiente, el patio del colegio era un hervidero, donde corrían las más increíbles historias. Algunas, como la participación en los hechos de gente que conocíamos, resultaron verídicas. Otras eran pura fantasía alimentada por la desconfianza hacía una prensa todavía mediatizada por la censura. Algunos fuimos carlistas por unos días. Otros, en cambio, disculpaban y comprendían a los pistoleros, cuando no los apoyaban abiertamente. Recuerdo una bronca monumental en clase, todavía, de Formación del Espíritu Nacional. Con alguna gente dejamos de hablarnos, casi para siempre. De vez en cuando me cruzo con ellos por la calle. Demócratas de toda la vida. Todo eso fue hace 40 años, y ya me estoy recordando a mi padre, contando dónde estaba y qué hacía el 18 de julio de otras cuatro décadas antes, también él con 16 años. A veces pienso que todo eso ha quedado felizmente atrás. Otras, cuando oigo o leo opiniones de determinadas personas, recuerdo el ambiente desapacible y gris de aquel día. De aquellos días.