Leo en la prensa nacional los resultados de un estudio llevado a cabo en tres universidades vascas. Concluye con varias afirmaciones, y me centro en las dos que considero más relevantes: la primera, que el silencio civil en torno al terrorismo ha dejado lagunas en los jóvenes sobre el pasado violento, y la segunda, que los y las universitarias muestran una mayor empatía con el sufrimiento y se posicionan a favor de la defensa de los derechos humanos.
Salvo aquella parte de la juventud traspasada familiarmente por el drama y por lo tanto conocedora, ¿es explicable en el resto el desconocimiento de los hechos y circunstancias que han marcado hitos en las vidas de las generaciones anteriores? Porque seguramente ustedes, cuando lean esto, recuerden qué hacían la tarde del atentado de Hipercor o cómo vivieron la desaparición y la posterior y dolorosa aparición de Mikel Zabalza. O pongan los nombres que quieran. Hay muchos donde elegir.
La sociedad civil somos usted y yo y nuestras familias y amistades, los de la piscina, el trabajo?, la gente. Y la gente que no hemos sufrido cerca -pero muy cerca, en casa- estos desgarros tendemos a pensar que no han ido con nosotros aunque, como somos gente de bien, cómo no, hemos rabiado, hemos llorado, hemos salido a la calle o hemos pedido en silencio que se acabara ya tanta barbarie. Pero a nosotros, gente de bien, se nos olvida que no somos bloques impermeables, que la violencia nos incumbió por el mero hecho de estar ahí, nos traspasó, nos hizo adoptar posiciones, nos envileció seguramente si en todas y cada una de las manifestaciones y efectos que conocimos no adoptamos la postura éticamente sostenible y nos atrincheramos de palabra, obra u omisión. Tuvimos y tenemos una responsabilidad. ¿Comparten esta opinión?