Síguenos en redes sociales:

La última de Merindades

El día de Año Nuevo de 2015 creo que fui la única persona en Pamplona a la que se le ocurrió castigar sus excesos de Nochevieja con un paseo en bicicleta. A las 11 de la mañana, el desierto de Gobi era un lugar concurrido comparado con una avenida de la Baja Navarra sin un alma, ni sobre el asfalto ni sobre la acera. A la altura de Arbitrios, sin embargo, un macrocontrol de la Policía Nacional controlaba la nada. Pasamontañas, pinchos, dedo en el gatillo y chaleco antibalas. Daban ganas de gritarles “¡joder, que mierda de convenio tenéis!”. Jóvenes vizcaínos o guipuzcoanos que vienen de fin de semana a esta Comunidad o, simplemente, pasan por aquí camino del Pirineo, alucinan cuando en el peaje de Zuasti o en alguna rotonda pamplonesa se encuentran con alguno de los aparatosos dispositivos con que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado nos siguen regalando en tierras navarras. Algunos ya ni recuerdan cuando vieron el último de estas características en sus lugares de origen. Aquí siguen siendo moneda corriente y sospecho que la persistencia de Carmen Alba al frente de la Delegación del Gobierno tiene bastante que ver con ello. Campeona estatal en la modalidad de multas y prohibiciones de concentraciones políticas y laborales, en el currículo de Alba destaca también su celo contra cualquier sospecha de menoscabo de las competencias del Estado por parte de la legislación foral y su militancia contra la captación de ETB en esta provincia. Ahora, embarcada en su particular cruzada contra cualquier insinuación sobre torturas referida a los cuerpos policiales, su torpeza, además de provocar rechazo e indignación, está haciendo más visibles y creíbles estas denuncias. Antes de que siga haciendo el ridículo alguien en su partido debería quizás advertir a esta pobre señora de que la guerra terminó ya hace varios años.