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Caridad alimentaria

uno tiene larga intimidad con la duda. Fruto de lo que le ronda y no le cuadra. Y es que no es fácil cuestionar la próxima Gran Recogida organizada por el Banco de Alimentos de Navarra. Porque pareciera que uno está en contra de la solidaridad, de la buena fe y mejor voluntad de los mil voluntarios y abanderados contra el hambre en Navarra. Pues no. Les cuento. Yo no dudo de la buena fe de nadie, ocupe el cargo que ocupe, dentro del BAN. Lo que cuestiono es la gestión, la estrategia, la actividad en sí. Porque esta iniciativa, como otras en España, responde a una nueva beneficencia socializada como valor. Un valor que apela a la buena voluntad privada pero que no cuestiona el núcleo duro de la pobreza social. Que potencia la caridad sin cuestionarse la desigualdad y menos la justicia distributiva. Aunque se diga. Que no nos moviliza más allá del supermercado. Ni siquiera a los voluntarios, convertidos en empaquetadores o transportistas. Que no genera redes de solidaridad activa y movilización colectiva. Que no cuestiona que detrás de ese kilo de arroz o de aceite, están los grandes productores de desigualdad mundial. Que nos hace ajenos a ellos, los necesitados, como si no fueran parte del nosotros. Y es que estas iniciativas relegan a los necesitados a meros receptores de donaciones. Al caritativismo estigmatizante que culpabiliza a un sujeto empobrecido generando una gran desmotivación y mayor desmovilización. Por si fuera poco, la recogida de alimentos es un gran negocio para las grandes superficies vía deducciones fiscales. Porque yo compro de más y con ello genero más beneficio. Pero yo no lo dono, lo dona la gran superficie. Y esa es la que gana con mi kilo de más vendido y con la deducción fiscal de mi solidaridad privada convertida en negocio. Así es la nueva gestión neoliberal de la pobreza.