Él colocó la maleta delante de su asiento en el espacio previo a la puerta y la agarró cuidadosamente. No hacía falta ser detectives para deducir que como se montaron en la 9 en dirección a la estación se iban de viaje. Como además tenían la edad suficiente para disfrutar de la jubilación y aún es temporada baja, cabía aventurar unas vacaciones del Imserso. Una pareja de jubilados de buen ver que encaraba un paréntesis festivo. Si seguimos pisando el terreno de la hipótesis, cada vez más resbaladizo y por ello más tentador, imaginamos sol, paseos, placidez, encuentro?
Ella debió decir algo acerca del emplazamiento de la valija, porque lo que escuchamos sonó a réplica inmediata: “¡Que no! ¡Que no es así, no te empeñes! ¡Que lo haces siempre mal, mal, como cuando te empeñas con lo del sofá! ¡Te digo que no, que así está mal!”. El tono era lo suficientemente alto como para resultar violento. No solo para la destinataria de aquel ejercicio de desahogo que esparcía su presunta, reiterada y multiforme incompetencia, sino para el resto del auditorio. Así que mi compañera y yo, entiendo que con la certeza de presenciar un acto agresivo que nos alcanzaba, nos miramos.
El jubilado sintió suya la pequeña porción móvil del mundo que era la 9 y se explayó con la soltura inherente a la significativa cantidad de poder que consideraba de su propiedad para hacernos partícipes de su cólera. Mi compañera dijo: “Menudo espíritu vacacional”. Asentí. Al bajar, vi cómo la jubilada agarraba cuidadosamente el brazo de su compañero. ¿Un gesto de cariño? ¿De contención? Como no se le escuchó una palabra durante el viaje, hagan sus conjeturas. Lo único constatado fueron las palabras destempladas y su turbio efecto.