Juego de patio
Les propongo un juego. Imaginen la salida de un centro escolar. Hay unas cuantas parejas esperando a sus criaturas. Atribuyan a esas parejas procedencias, países, culturas, credos, ideas y niveles sociales variados. Piénsenlos y dibujen la escena en la cabeza como si la armaran con el expresivo y sencillo código de formas, colores y accesorios de los clicks. Como ustedes han llegado al patio a última hora, ven a todas las parejas de espaldas. ¿Se van poniendo en situación?
Centren la atención en los hombres. Es más que probable que resulten intercambiables. No se alarmen, no es una declaración de principios. Esto es un juego y esta cualidad se refiere únicamente a la indumentaria. Es posible que en este cálido septiembre la mayoría vista vaquero o similar, camisa o camiseta y deportivas, el básico masculino, cómodo y permutable. A esa distancia, ¿podrían hacer un retrato robot de aquel señor moreno que está junto a la puerta? Tiene su dificultad, ¿verdad? Lo masculino es bastante universal.
Sin embargo, la dificultad desaparece si incluimos a las mujeres. Seguro que no solo pueden concretar el lugar de procedencia y por lo tanto asignar rasgos culturales sino que hay muchas probabilidades de acertar en cuestiones incluso anecdóticas, quién come tofu, por ejemplo.
En mitad del verano, cuando llegó la polémica del burkini en Francia, volví sobre este sencillo juego. Las mujeres estamos sobremarcadas como si fuéramos maniquíes sobre los que poner, quitar, colgar, estampar, acreditar, exponer, defender o combatir. No se nos atribuye esa condición de universalidad que tan bien expresa la vestimenta masculina.
Si fuéramos seres ingenuos, diríamos que el burkini da calor. Al científico que ha dicho que previene el cáncer de piel le contestaríamos que es más eficaz quedarse en casa. Pero esto es más complicado.