La Iglesia católica y la tabla periódica
en broma, pero quién sabe si a partir de ahora ya no, hace años rumiaba la posibilidad de convertir mi despedida en un acto ligeramente festivo. El plan consistía en proponer alguna sencilla operación matemática para dividir mis cenizas en porciones. Cada una debería ser esparcida o depositada en un lugar concreto. Tanto la formulación de los cálculos como los lugares tendrían la redacción propia de una gymkana. Una calculadora y un GPS garantizarían el acierto y, por supuesto, en cada uno de los emplazamientos previstos la comitiva encontraría solaz y recompensa, un bar con excelente producto, un paisaje querido?
Porque todo el ardor que ustedes o yo hayamos podido producir, experimentar, convocar en vida, mientras somos carbono organizado, queda en polvo y el amor que Quevedo afirmó que lo envolvía vuelve en el mejor de los casos a las manos de sus emisores, en un retorno del que tampoco se libran nuestras posesiones de oxígeno, hidrógeno, nitrógeno, calcio, fósforo y otros tantos ladrillos de nuestra flamígera arquitectura.
Dicho esto, va el papa Francisco y califica mi inocente ensoñación. De vez en cuando vuelvo a preguntarme quién coordina la comunicación de la Iglesia católica y para qué. Calificar es un acto de poder como otro cualquiera. No hacerle caso, tres cuartos de lo mismo. Tengo la certeza de que en la mayor parte de quienes optan por esparcir cenizas o guardarlas no hay posicionamientos polisílabos, ni supersticiosos ni panteístas, ni naturalistas ni nihilistas y cuando los hay, que son legítimos, no son los que explican estas prácticas postmortem tanto como el conocimiento elemental de la química orgánica, la falta de identificación con otros ritos más institucionalizados y la capacidad de elección, que traza caminos que no llevan a Roma.