Espacios exteriores
Mira que llevo un tiempo queriendo moderarme y poniendo medios y a veces me sentía tan cerca, era tan bonito aquel fluir? En ocasiones conseguía aceptar la opinión divergente de los demás no ya con generosidad, eso sería vanidoso, supondría situarme en la posición de quien puede dar legitimidad o posibilidad de expresión y no es el caso, mi concurso no es necesario para ello, sino con la aceptación tranquila de la biodiversidad. Algo así como Fulano piensa tal cosa y esta realidad en principio no tiene que ver conmigo, de entrada no me amenaza, esto no me exige una respuesta airada, entre otras cosas porque soy un atomillo, o menos, un neutrón sin mayor efecto. Ay, zen que se fue y no vino.
Bueno, tampoco me pasa con todas las opiniones, en realidad hay muchas divergencias que no me ocasionan ni picores ni erupciones ni ampollas y oscilan entre la indiferencia, el acuse de recibo y la curiosidad.
Pero, como ustedes, vivo un tiempo de titulares y hashtags y por ahí me encuentran aunque no me busquen y me sorprendo contestando a la televisión o hablando sola después de haber leído algo y, lo que es peor, contestando a la cara y metiéndome en jardines de los que salgo florida y abonada. Esta semana todo ha girado en torno a Donald y aunque entiendo que mi templanza ha fallado, percibo una dinámica perversa en el ambiente. Una tiranía dicotómica que se extiende a todos los debates. O blanco o negro, o conmigo o contra mí. ¿Qué pasa, qué si te horroriza Trump es que te fascina Clinton? Pues mire, no. Yo pienso mejor en el amplio espacio exterior a esta pregunta y a otras similares y creo que nos iría mejor explorándolo.