el origen de Olentzero se pierde en el tiempo y es increíble ver cómo ha evolucionado y ha llegado hasta nuestros días a pesar de los pesares. Cuando vemos a Olentzero rodeado de sus animales, es como si nos teletransportáramos a una especie de infancia feliz colectiva, aunque la mayoría de nosotros no hayamos vivido ni de lejos en un entorno tan idílico y nuestra experiencia más cercana a la naturaleza hayan unas vacaciones en una casa rural. Da igual, porque Olentzero nos une sentimentalmente con nuestras generaciones anteriores, con nuestro origen rural y humilde. Un mundo sencillo, sin maldad, sano del que nos vienen todos esos valores buenos que conservamos hoy día como sociedad. “Honra merece el que a los suyos se parece” como nos suelen decir en casa.

En este sentido se puede decir que Olen-tzero, junto con otros elementos y tradiciones, nos hace sentirnos partícipes de una cultura que tiene su pequeño lugar en el mundo. Somos aborígenes y a mucha honra.

Olentzero es además fruto de un esfuerzo colectivo muy intenso y decidido de unas cuantas familias anónimas. Si hoy en día está en nuestras calles es porque así lo decidieron unas mujeres y hombres que en lo más crudo del franquismo se empeñaron en ello pueblo a pueblo, barrio a barrio y buscaron la manera de traer este personaje a sus vidas y a la de sus hijos e hijas. Y lo consiguieron. Lo convirtieron en un símbolo. Ahora Olentzero está aquí, renovado y vigoroso, en el pódium de los más queridos por muchos grandes y pequeños en pleno siglo XXI.

(Ahora, querido lector-lectora, te propongo que vuelvas a leer el artículo sustituyendo la palabra Olentzero por euskera). Eguberri on!