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El humo

Salvo días contados, estuve fumando 26 años y 3 meses, algo que dejé de hacer justo hace un año. Me levanté, no fumé y hasta hoy. Los 90 se me pasaron mucho más rápido que este último año. El caso es que es, con diferencia, lo más difícil que he hecho jamás y, si se puede estar orgulloso de no hacer algo, lo estoy, mucho, de hecho es de lo que más orgulloso estoy de todo lo que he llevado a cabo o no en mi vida, que son muy pocas cosas, la verdad, puesto que no veo casi nada así a simple vista de lo que pueda estar orgulloso, sinceramente. Pero no fumar, para quienes lo hemos hecho, tiene mucho mérito, como lo tienen quienes lo han logrado pero han recaído y quienes lo intentan una y otra vez. Es una droga potentísima, que te sorbe el seso, un laberinto con mil trampas en el que muchas veces no ves otra salida que caer, porque directamente el tiempo no avanza o, si lo hace, lo hace vacío y tristón. Esa sensación va pasando, pero está ahí, dando por saco. Así que ánimo a los que recaen, pensad que algún día será la buena y mientras tratad de que no os torture la culpa, que es una cosa muy cabrona también, la culpa dichosa. Bien, el caso es que sigo sin fumar, aunque a ratos me fumaría las piernas, ya que olvidarse de algo que has hecho un cuarto de millón de veces no es sencillo. Y es que si echo cuentas y le adjudico a cada cigarro 5 minutos pasé fumando 870 días, que son 2 años y casi 5 meses enteros. Es una inversión de tiempo brutal, consumida en sí misma, ya que el tabaco es de las pocas drogas que no te lleva a casi ninguna parte, una estupidez, pero que una vez que caes en ella es muy exigente dejarla, se te cuela en todas las partes del cerebro, las rutinas, los recuerdos y la forma de ser. Hoy, para celebrarlo, olisquearé furtivamente las volutas de algún fumador caminante. Qué vida más larga, joder. Pero qué bien. ¡O eso creo!