No sé cuántas maneras hay de ser hombre, imagino que tantas como de ser mujer. Lo que reconozco son las formas de no ser un hombre y sí un canalla dominante y celoso, un obseso bocazas de la masculinidad mal entendida y un estúpido que se siente cómodo en ese lado oscuro repleto de violencias y gestos de macho antediluviano. Como estas gentes existen, así como el riesgo de que las nuevas generaciones se vean empujadas a imitarlas, está bien la reciente campaña del Ayuntamiento de Pamplona que cuestiona los estereotipos de la masculinidad y que protagonizan, bajo el lema Me tacho de macho, deportistas, músicos, gentes del teatro y de la cultura, etc.

Las instituciones se apoyan en los personajes públicos, como referentes sociales que son, para que les ayuden a multiplicar la difusión de sus mensajes pero, pese a tantas campañas y movilizaciones, no hay un día sin noticias sobre juicios por agresiones sexuales y denuncias por violencia machista. Esta verdad desmoraliza. Claro que una mañana, un hombre joven se lanza al vacío por una ventana con su niña de un añito en brazos, delante de la madre del bebé, con el objetivo de matarse, matar a la criatura y, sobre todo, matar de dolor y desesperación a la mujer. Entonces, definitivamente, desaparece la capacidad de creer en algo.