¿Dirían que esta semana ha sido especialmente cruenta en nuestra comunidad? Antes de releer algunos periódicos para escribir esta columna, hubiera dicho que no. Ahora estoy perpleja.

Valgan sólo unos pocos ejemplos. El lunes se multiplicaron las llamadas anunciando falsos secuestros en varios pueblos y, poco después, unas octavillas anónimas aparecieron en Ancín insultando al alcalde y diciéndole que imponga el “vasco a su puta madre”. Además, el departamento de Educación informó que en el pasado curso se registraron unas 60 agresiones físicas o verbales a docentes, si bien los sindicatos de la enseñanza estiman que la cifra real es muy superior. De nuevo, un conductor de autobús fue agredido de importancia por un usuario de este servicio y, con días de diferencia, un total de seis varones han sido detenidos como autores de delitos relacionados con violencia contra la mujer en distintas localidades navarras. Vaya, todo de lo más normal.

Cada semana se repiten muchos desgraciados episodios de hostilidades, algunos de las cuales terminan en muertes. Leemos las crónicas de sucesos y las olvidamos, sin alcanzar a percibir la magnitud de la tragedia que significa convivir con la violencia. Preferimos mirar hacia otro lado y seguir nuestro camino.