Entre las múltiples y variadas medidas que el Ayuntamiento de Pamplona quiere poner en marcha para reducir los atropellos y la gravedad de los mismos están las campañas de educación vial. No seré tan inconsciente como para decir que la formación y la información no sirven. En teoría estoy convencida de su utilidad, en la práctica tengo alguna duda.

Muchos hemos sido testigos de actividades de seguridad vial en las escuelas, destinadas a chiquillos de pocos años. Allá iban con su bici y el casco puesto a dar vueltas por el patio mientras un policía municipal les indicaba qué hacer y cómo hacerlo. Esos mismos alumnos obedientes y buenos conductores repiten la experiencia unos años después y, entonces, una parte empieza a correr en exceso, a no respetar los pasos de cebra y a reírse de las consignas del agente. Aquellos críos son ahora algunos de los adolescentes que van al instituto en bicicleta, no siempre con casco, y en ocasiones cruzando a toda velocidad semáforos en rojo por avenidas muy transitadas.

Impartir estos cursos a escolares y adolescentes, entre otros colectivos, es una buena idea. Al Consistorio no le queda otra opción dado lo pronto que olvidamos las buenas artes de la infancia y la facilidad que tenemos para abrazar el riesgo inútil.