En alemán, stolperstein, es el vocablo para referirse a la piedra que hace tropezar a un caminante. Fue un artista de este país quien tuvo la idea de instalar pequeñas placas junto a las viviendas y lugares de trabajo de víctimas del nazismo y ahora estas piezas se encuentran repartidas por muchos puntos de Europa. Parecidas chapas metálicas han venido colocándose en los dos últimos años en distintas vías del Casco Viejo de la capital navarra y en varios pueblos, en recuerdo de algunos de los más de 3.400 asesinados por la represión franquista en nuestra comunidad.

Esta semana, veinte nuevas placas han aparecido en las calles San Antón y Mayor de Pamplona. Cada cuadrado dorado rememora, junto al portal de la que fue su casa, a una persona, su año de nacimiento y la fecha y lugar de su muerte. No son sino pequeñas estelas que, sumándolas todas, se tornan en el mayor y más extenso monumento a la memoria de Navarra.

Dispuestos para fundirse con el espacio público, el mismo donde comenzó el terror, los tropezones están a nuestros pies para llamar la atención, de manera que al agacharnos a leer, mostremos respeto y reflexionemos. Con su simpleza y sus 10x10 centímetros, logran la aspiración del escritor francés Daniel Pennac cuando aseguró que “el primer deber de un monumento a los muertos es estar vivo”.