Creo que era Rilke el que dijo que la verdadera patria del hombre es la infancia. Es igual, lo han dicho muchos. Y suena bien. Pero en ese caso, no queda otro remedio que admitir que hacerse viejo es el exilio. Un exilio del que nadie se libra. Porque todos somos exiliados de una patria cada vez más lejana, ¿no? De todas formas, hay que vivir con eso. Yo espero empezar a ser realmente sociable a partir de los sesenta años. Sesenta no son muchos pero son suficientes para tener una idea aproximada de lo que dan de sí los seres humanos, en general. Y los que tienes cerca, en particular. De modo que aprendes a ajustar las expectativas como mal menor. Nunca he sido muy optimista, pero espero empezar a serlo a partir de los sesenta. Qué remedio. De hecho, creo que ahora soy más optimista que hace diez años. Y mucho más que hace veinte. Hace veinte años pensaba que en el planeta sobraban las tres cuartas partes de la población. Siempre he tenido ideas de ese estilo, no sé de dónde las saco. Tengo bastantes, las guardo en el sótano. Bueno, lo que sí parece estar claro es que el mundo que viene va a ser un mundo de viejos. Jubilados buscando diversión: ya están ahí. Porque los jubilados ahora quieren divertirse. Se acabó la seriedad. ¿Sentarse a esperar la muerte con resignación cristiana? De eso nada. Los jubilados gozan de una salud pasable durante unos cuantos años. Muchos hacen deporte. No solo eso: también visten prendas juveniles con naturalidad. Se cuidan, comen bien, tienen dinero (más dinero, al menos, que los jóvenes). Va a ser agradable ser un jubilado sociable y optimista. Quizá incluso aprenda a bailar. Va a haber un montón de jóvenes cultos y con idiomas intentando sacarnos la pasta con todo tipo de ofertas de ocio. Y tengo curiosidad. Otra cosa que siempre me ha atraído es el paracaidismo. Aunque me han dicho que algunos pierden la dentadura en el descenso, pero bueno.
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