No soy de banderas. El lugar de nacimiento es un puro azar en el punto de partida de la vida. En muchos aspectos, determinante. Las banderas diferencian y nos diferencian. Unen o agrupan a menos de los que separan. Se apropian de territorios, de lenguas, de culturas. Prefiero la utopía radical de un ecumenismo social universal. Ya me secuestraron un tiempo de vida para besar y jurar fidelidad a una bandera. Al margen de sentimientos y de convicciones. Por la fuerza de una legalidad no democrática y de las armas del Estado. Entonces no estaba regulada la objeción de conciencia. La exaltación de símbolos me parece folclore rancio. “Un grupo de navarros pertenecientes a asociaciones civiles” convocan una concentración con el lema “Defendamos la bandera de Navarra. Gurea defenda dezagun”. Lo hacen para “buscar la concordia” y “procurar la unidad entre los ciudadanos”, en su idea de que “ningún navarro o navarra discute o niega su bandera”. Lo de “ningún” es sin duda un absoluto exagerado y arriesgado. La trabajosa y controvertida supresión de la Laureada (“berza” en términos coloquiales), con la que algunos burlan todavía la legalidad, calmó irritaciones. Pero tampoco se puede hablar de adhesión ferviente y unánime al símbolo oficial. Cumplir con Hacienda es una forma básica de defender la bandera. Por ejemplo. El origen de la iniciativa está en la modificación de la Ley de Símbolos. Acepta la colocación de la ikurriña en municipios que lo aprueben. El Consejo de Navarra advirtió de “inseguridad jurídica” en el uso de los símbolos y recomendó consensuar una nueva ley. El cuatripartito se siente agredido. UPN, PPN y Ciudadanos se han adherido al llamamiento. El PSN, también. Ya votó en contra de la derogación por tratarse de “un avance de la construcción nacionalista: lengua, bandera, territorio”. Tensión y debate recurrentes. Cansino. Cuando el verdadero símbolo identificador de los navarros allá donde vamos es... la chaquetica.
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