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Más libros

El viejo Borges había llegado a Pamplona para la inauguración de la 16ª edición de la Feria del Libro. Borges llegó con la idea de presentar su ultimo libro, El Aleph, un cuento que previamente había leído por teléfono a Marcela Abarzuza, responsable de una de las casetas de la Feria. Borges apenas firmó cuatro ejemplares de ese libro que contiene todos los libros en medio de un calor sanferminero. Calor que soportaba el mexicano Juan Rulfo en la caseta de Gómez. Rulfo había llegado para promocionar una obra menor, Pedro Páramo. Y de paso evitar, si las ventas iban bien, el cierre de esa librería emblemática. Los radicales libres de Katakrak habían llamado a Jack Kerouac para que presentara su última novela, En la carretera, un libro que no hablaba de la vida, porque era pura vida. Henry Thoreau llegó con retraso a la caseta de la librería Walden. Se extrañó de ver su propio libro ya editado por este último mohicano de la ciudad. En la caseta de Elkar, un tal Saizarbitoria hablaba con Roberto Bolaño. Ambos presentaban sus últimos productos, Ehun Metro y Los detectives salvajes. Saizarbitoria le preguntó a Bolaño el por qué de ese título; porque salvaje es todo lo que nos salva, contestó el chileno. Esa respuesta despertó a Carson McCullers, que iba por el quinto Martini mientras promocionaba en la caseta de Arista un texto raro: El corazón es un cazador solitario, un libro que según Marguerite Duras, invitada por la gente de Auzolan, nos ayuda a aceptar nuestras rarezas en medio de tanta incertidumbre.

Al caer la noche, David Foster Wallace apestaba a hierba de primera. Se acercó a Borges y le presentó tambaleante unos garabatos de La broma infinita. Pero Borges ya estaba durmiendo. Entonces las casetas cerraron, como esta columna que solo pide más libros y menos resacas. A no ser de buena literatura.