Junio 2015- Enrique Maya, augur: el acceso de Bildu a la alcaldía de Pamplona, “la peor pesadilla que podían soñar los pamploneses”. Junio 2017- Maya, auditor: la ciudad “lleva dos años perdida en las obsesiones de Bildu y en las batallitas internas del cuatripartito”. Mediado el mandato de Asiron, UPN trabaja en la oposición para que “esta legislatura no hipoteque el futuro de Pamplona”. Maya, profeta: “Dentro de dos años, UPN revertirá las decisiones injustas y sectarias”. Lo predice porque “la mayoría social quiere volver a la sensatez”. Cuanto más se analiza el talante de Maya, mejor se entiende su designación por Barcina. UPN ha desempeñado la alcaldía desde 1987 (salvo el cuatrienio cuatripartito 1995-1999), lo que suma 6 mandatos o 24 años. Con hipotecas emblemáticas, como el arrasamiento de la Plaza del Castillo (árboles y restos arqueológicos) -menosprecio arrogante de miles de opositores con firma- o la destrucción del frontón Euskal Jai (singular joya modernista en estructura metálica y una cancha excepcional). Maya, imputado por las dietas de CAN, devolvió 12.000 euros. Decisión personal por la “práctica errónea” del cobro “jurídicamente correcto” de unas “dietas excesivas”. Exigente con las obligaciones de la Corporación, su primer año como concejal raso cambió el Voto de las Cinco Llagas por una escapada a la Toscana. Según Maya, el Ayuntamiento de Pamplona nunca había alcanzado en democracia “un nivel institucional tan bajo”: el Spiderman Cuenca, los almuerzos con chistera de Asiron o los abrazos con Otegi y otros radicales. Es más de otro estilo: de reprender al alcalde electo en la ceremonia oficial cuando entrega la insignia de concejal (Maya), de la condenada intromisión ilegítima en el honor de la concejala Barkos (Ana Pineda), de la pintoresca inclusión del carril bici en la utopía comunista (Echevarría). Maya se postula como candidato. “Muy ilusionado y con muchas ganas”. Impelido por la revancha.
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