El Arga de mi cuadrilla comenzaba en la zona de las pasarelas. Nosotros, socios del Club Natación, vivimos muchos veranos en la piscina, vigilados por hombres de blanco y otros adultos con ganas de amonestarnos por cualquier cosa, hasta que descubrimos la libertad del río. Allá nos escondíamos con la caña y los reteles y, poco a poco, gracias a las barcas de alquiler y a alguna balsa hinchable, nuestro estío se hizo grande e independiente. Cada vez un poco más lejos, cada vez un poco más temerarios, se trataba de tirarse por la presa, nadar hasta el recodo de la Media Luna, colarse -por el gusto de hacerlo- en Amaya y remar hacia Burlada.
Años antes de aquello, el Arga fue la alternativa de nuestros mayores a la hora de refrescarse en los meses de calor y así sigue siendo para aquellas personas, muchos adolescentes y jóvenes, que se reúnen hoy en sus orillas. Frente al Molino de Caparroso es normal verlos lanzarse al río desde lo alto de un árbol y sólo era cuestión de tiempo que el salting se extendiera a puentes y salientes. Da miedo pensar que un accidente se torne en tragedia, ya que el peligro crece conforme los caudales bajan y las piedras quedan en el fondo. Por ello, no queda otra que tomar conciencia del riesgo y extremar la vigilancia.