TAP, “el Tren del Acuerdo Programático”: grandilocuencia histriónica del portavoz parlamentario de Geroa Bai, en delicada discrepancia con sus socios de Gobierno y en incómoda coincidencia con el tripartito de la oposición. El TAP cuatripartito solo tiene claro el trabajo “para que Navarra no quede fuera del Corredor Atlántico-Mediterráneo”. El resto del acuerdo circula por el túnel de la ambigüedad: solución ferroviaria “con capacidad suficiente, que responda adecuadamente a las necesidades del transporte de mercancías y de personas viajeras”. El trazado como corredor, compartido. Lo demás, redacción retórica. Vía muerta donde estacionar convoyes sin enganche ideológico posible. El vicepresidente Ayerdi -de la euforia a la contención- ha pasado a cantar a la moda: “Despacito, no queremos un descarrilito”. Asume la canción del verano según la adaptación de Bildu, Podemos e Izquierda-Ezkerra. Su dueto con la portavoz Solana, mejor armonizado. El tren ha ganado usuarios en los servicios a Madrid y Barcelona por el recorte en la duración de los viajes mediante el aprovechamiento, fuera de nuestras mugas, de las infraestructuras de alta velocidad. Es obvia la histórica necesidad de mejora de nuestras conexiones por ferrocarril. En pasajeros y en mercancías. Regionales, nacionales e internacionales. Hay que estudiarlo con rigor en las opciones técnicas, objetividad en el cálculo de necesidades, honestidad en el concierto de compromisos, inversiones y plazos entre las Administraciones Central y Foral. Sin despilfarros y suntuosidades en la concepción del proyecto. Sin hipotecas económicas en la financiación. Con respeto entre visiones distintas y distantes. La obra pública, que compromete miles de millones de euros, está sujeta a desconfianza y desprestigio. Justificadamente. Por su íntima relación con la megalomanía y la corrupción. Y de eso saben bastante quienes apoyan sin dudas el ruinoso modelo imperante de alta velocidad.