insisto. Me repito: la aplicación del antideslizante (2006) ha desnaturalizado el encierro. En la actualidad abarca desde los últimos metros de Santo Domingo hasta los primeros de Estafeta. Efecto: los toros no se caen y la duración media de la carrera se ha recortado en torno al medio minuto. Consecuencia: el arte popular de llevar los toros se ha transformado en una carrera de velocidad extrema. Apta solo para temerarios y especialistas. El arte de acompasar el ritmo de morlaco y corredor, de templar y guiar, de mover y conducir a la res parada, casi ha desaparecido. Ni los cabestros defienden su papel. La violencia de Santo Domingo se ha extendido a buena parte del trazado. El modo de correr, unificado. Apenas queda distinción de estilo por tramos. La selección de corredores, por poderío físico. No hay sitio aconsejable para neófitos. Disuasión del debut. Hasta más allá del cruce Estafeta-Bajada de Javier (6% de pendiente en Santo Domingo, ligera pero apreciable en el primer tramo de Estafeta), los toros arrollan. El toro es más veloz en pendiente ascendente. Más adelante, la pugna sin contemplaciones entre atletas de la carrera. Las calles del encierro son como son, con sus angosturas donde la hornacina y en el callejón, o su célebre curva de 90º. Con su loseta y su adoquín, con aceras o sin ellas. Su supresión en Mercaderes y Estafeta generó gran polémica. Ensanchó el campo de acción de los bureles y eliminó la sensación de burladero de las aceras. La modificación urbanística más notable se dio en 1977: el derribo de la anterior casa Seminario cambió el cuello de botella (3,50 metros) por un ensanchamiento (7,90), reducido después (5,50) mediante vallado en línea con los edificios de la derecha. Se había comprobado alteración en el comportamiento de la manada, que perdía la diagonal al atravesar la plaza Consistorial. Un acierto. Como las gateras. De carrera natural, a estampida. El antideslizante, una manipulación.