A propósito de la indignación de la familia de Sanjurjo por la decisión municipal de exhumar sus restos mortales de la cripta de Los Caídos, comparaba aquí hace un año ese dolor con el que, desde hace décadas, sobrellevan los allegados de miles de desaparecidos durante y tras la Guerra Civil. En concreto, recordaba a los herederos de un vecino de Pamplona, fusilado en 1936 junto a su hermano y dos personas más y enterrado en un campo en las cercanías de Zizur.
Retomo ahora el tema, cuando el general golpista reposa en el Panteón del Regimiento de Regulares de Melilla mientras que esta semana, por tercera y última vez, se ha intentado encontrar a aquellos cuatro hombres. Los 81 años transcurridos, el movimiento de tierras en una zona de gran crecimiento urbanístico e, incluso, la sospecha de que algún vecino aún guarda información útil para este caso han podido más que los esfuerzos de familiares, colectivos y administraciones navarras.
Una tristeza pesada y difusa ha quedado entre los descendientes de aquel republicano, la pena de saberlo tan cerca y no hallarlo y de no poder cumplir el deseo de las dos hijas de aquel hombre, que no era otro que localizar al padre con el que no les dejaron crecer.