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La mentira

hace unos días hablaba de las ondas electromagnéticas y sus efectos sobre la salud ante un público muy variado, junto con un buen amigo que además de experto en estos temas (es físico) sabe cómo contar verdades de forma que además se entiendan. Explicamos por ejemplo cómo algunas ondas electromagnéticas son dañinas y exponernos indiscriminadamente a ellas aumenta el riesgo de cáncer; que lejos de protegernos nos exponemos más, por modas, especialmente quienes más sensibles resultan: los niños y los ancianos. Hablo de tomar el sol tal y como lo hacemos, a cualquier hora, sin una protección suficiente. Explicamos que sin embargo nos preocupan excesivamente las antenas por un miedo invisible alimentado interesadamente; porque ni siquiera está claro que esas ondas sean dañinas en los niveles que recibimos. Sin embargo, una persona se levantó y nos gritó “mentirosos”, decía que todo lo que contábamos era falso, que lo decíamos porque nos pagaban las compañías del ramo. Y se fue: no quería debatir, estaba convencida de que su creencia era cierta y lo nuestro mentira interesada. Estoy seguro de que ella estaba convencida de decir la verdad: engañada por mentirosos profesionales, y aterrada por algo invisible, aunque inexistente. Otra persona aseguró que en eso de la protección contra las ondas íbamos hacia atrás, mientras que en Francia, sin ir más lejos (lo puso como ejemplo) en la misma Biblioteca Nacional, habían retirado el wifi. Otra persona que asistía a la charla levantó luego la mano y explicó que no era así: en la misma web de esa institución se explicaba cómo pueden conectarse los usuarios. La mentira abunda en el mundo antenófobo, es convertida en verdad indiscutible para sus creyentes, blindándoles contra la realidad. Un fenómeno extraño pero muy de nuestra época.