Lo que aprendemos
sucedió en 1961: el psicólogo Albert Bandura y sus colaboradoras sometieron a una serie de niños de la guardería de la Universidad de Standford a un curioso experimento. Ante cada uno de ellos, un adulto elegía un martillo de juguete entre unos cuantos más juguetes, y le pegaba a un gran tentetieso inflable, un muñeco que imitaba a un payaso, con su centro de gravedad muy bajo, por lo que si lo golpeas se inclina y luego vuelve a su posición: no es posible fácilmente hacerlos caer, incluso saltando sobre ellos y golpeándolo, cosa que el adulto también hacía. Otros adultos, con otros niños (que eran los sujetos de experimentación) jugaban sin embargo normalmente y sin violencia. Cuando los niños eran dejados a su aire, reproducían las conductas observadas: la violencia se manifestaba entonces no sólo por imitación, sino usando otros elementos disponibles como una pistola. Quienes no habían observado la violenta acción contra el muñeco, sin embargo, jugaban a otras cosas. Desde luego, no mostraban ni siquiera conductas verbales agresivas. Posteriormente otros estudios confirmaron que la tesis de Bandura era más cercana a la realidad que el modelo conductista de castigo y recompensa. Se aprendía mediante la conducta social observada. Aunque parece algo obvio, aprendemos a comportarnos a partir de lo que observamos hacer. En los últimos tiempos, la neurociencia parece apuntalar este hecho en grupos de neuronas que actúan de forma similar haciendo algo que viéndolo hacer, como un espejo que tenemos en nuestro sistema nervioso.
Llegado a la conclusión de la columna, hoy se lo dejo a ustedes. Hace un rato me pasaron un vídeo de una discoteca madrileña la otra noche metiendo a tope el himno de España al final de la sesión y me acordé del payaso tentetieso y de Bandura. No sé muy bien imitando a quién.