Hacer cola para recoger un calendario gratuito o hacer cola para que nos saquen una anguila del culo. Distintas maneras de comenzar el año. Tan parecidas y tan diferentes. Ambas situaciones han tenido lugar en fechas cercanas, la una y la otra resultan difíciles de sobrellevar (más larga la espera, mayor la expectativa de que algo va a a mejorar sensiblemente cuando se alcance el objetivo) y las dos son poco usuales. Lo primero ocurre como mucho una vez al año y lo segundo, como máximo una vez en la vida. Pienso. Pero lo cierto es que no lo sé, quizá más. No infravaloremos la curiosidad del ser humano. Hasta aquí las similitudes. Las diferencias saltan a la cara a poco perspicaz que seas. Quien es capaz de pasar media mañana en pie para llevarse un almanaque a casa sin desenfundar billetera es porque ha superado ya los 65 años. Quien ha saciado su sed de saber qué se siente con un animal resbaladizo y largo trepando lo mejor que sabe y puede por sus laberintos privados se encuentra en una edad aún apta para cierto tipo de experimentos, la cuarentena. Lo del calendario ocurre en el Ayuntamiento de Pamplona, lo de la anguila secuestrada, en un hospital de China. La primera cola se hace para organizar el caos que pueden generar 365 días anárquicos si no se les obliga a ordenarse por meses y en casi la misma secuencia. La segunda, para poner fin a la investigación y reconocer que, así, el estreñimiento no se soluciona. Si acaso, va a peor. Cada cual estrena el año como quiere. 3.000 legionarios han preferido ponerse a dieta, Trump, fanfarronear con el tamaño de su botón nuclear y varios presos, volver a la cárcel de Berlín de la que habían escapado para celebrar la Nochevieja en familia. Y sólo llevamos cinco días.