Las campañas de prematriculación han devenido en una pugna de tenderos por ver quién se lleva el cliente a su comercio. Cada vez son menos los que se limitan a esperar dentro, confiando en la solera del negocio o en el espectacular escaparate. Los más se proveen de megafonía para vocear su producto y a la vez tapar a los de la competencia. Otros prefieren la persuasión del cara a cara, para, entre sonrisa y sonrisa, ir empujando al interior al comprador en ciernes. Aquellos que se hayan paseado alguna vez por el zoco de Marraquech o el Gran Bazar de Estambul ya saben a qué me refiero. Los niños y las niñas son un bien escaso por el que los centros escolares se pelean como las potencias por los recursos del planeta. A partir de pasado mañana, los padres y madres de la Comunidad Foral con criaturas de 3 años van a disponer de una semana para resolver dónde van a escolarizar a sus retoños. No es una decisión cualquiera. De ella va a depender buena parte de lo que en el futuro vayan a ser esos pequeños seres de paso y habla todavía no muy seguro. Se comprende, pues, la desazón de muchos progenitores, atenazados por el miedo a equivocarse. Porque no es lo mismo entrar en una tienda que en otra. No en todos los sitios ofrecen la misma mercancía, el mismo género. La educación por la que yo apuesto aúna para sus alumnos conocimientos y valores, conceptos y emociones, exigencia y motivación, libertad y respeto, autoestima y solidaridad, amor por lo propio y visión global, a la vez que demanda confianza y corresponsabilidad de parte de unas madres y unos padres a los que se quiere aliados y no adversarios. No existe ningún centro ni modelo ni red ideal, pero algunos se acercan más que otros. Nosotros llevamos a nuestra hija y a nuestro hijo a una ikastola, y no les ha ido mal del todo.
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