Prehistoria
No hay una guerra de sexos. Hablar en esos términos es (muy) intencionado. Es decir, malintencionado. Y estúpido, claro. Por su propia naturaleza, todos los discursos tienden a infatuarse y es entonces cuando se pervierten y se autodestruyen. Nada de guerra. Lo que hay es una elemental reivindicación de igualdad. Y no creo que haga falta decir mucho más. No creo que sea preciso explicarlo. Lo que hay es una revolución posible y necesaria que nos beneficia a todos: porque es justa y porque mentalmente la necesitamos ya. Me da la sensación de que hay dos revoluciones en marcha: la de las mujeres y la de los viejos. Y creo que van a seguir. Yo a la de los viejos me voy a apuntar pronto, naturalmente. Pero a la de las mujeres ya me he apuntado. Hay hombres que no saben cómo reaccionar ante todo esto. Algunos se están sintiendo atacados. Algunos parecen confusos y adoptan actitudes defensivas más o menos torpes. Es un error. Es al revés. Corresponde también a los hombres más inteligentes y sensatos apoyar y defender la igualdad real a todos los niveles. Y hacerlo de un modo claro y razonable, sin reticencias ni innecesarios matices historicistas que a menudo suenan como excusas. Fijémonos en el tiempo que nos toca. Estamos aquí, en 2018. Yo tengo dos hijas y cuando miro el mundo que viene pienso ya más en ellas que en mí. Si algo sé es que ambas van a luchar por la igualdad en todos los ámbitos en los que vean que aún persisten los agravios. Y por lo que a mí respecta, me gustaría (y confío en que así sea) que pudieran vivir en un mundo que solucione este tema lo antes posible y sin discursos bobos. Creo que urge. Creo que ya es hora de poner fin a la prehistoria del autodenominado Homo sapiens.