Una semana en la que no hace otra cosa que llover no es una buena semana. Cuando no sólo llueve sino que además diluvia, rachea, ventea, caen chuzos de punta y, más que agua, el cielo golpea con ráfagas de gotones helados podemos decir que hemos vivido días a los que no hay manera de sacarles la cara.
Pero, como la tristeza por la nubosidad perpetua nunca viene sola, su aliada la indignación nos ha embargado al pasar de la sospecha a la certeza de que para algunas élites el tradicional binomio esfuerzo y capacidad intelectual igual a reconocimiento académico, se ha convertido en el clásico tengo dinero y nombre y me compro un máster o lo que me apetezca.
Y cuando ya nos sentíamos mojados hasta los huesos y cabreados por la bobería humana, la semana no había terminado y, a muchos amigos y periodistas, se nos ha muerto uno de los nuestros. Felipe, su amor por la bici, los espacios libres, los libros, la Jose y tantas cosas más hubiera flipado, de no haber estado enfermo, ante la obsesión por la titulitis de nuestros políticos y por nuestro desánimo frente a la lluvia persistente. Ya saldrá el sol, nos habría dicho con una birra en la mano y aquella voz tan profunda que hasta daba miedo. Agur Felipe.