Ya se escucha el primer eco de los martillos percutores, las rotaflex y los taladros de proporciones bíblicas amplificado por las corrientes gélidas del Ártico. Esculpir 35 metros de cara sobre hielo, de una cara tan dura como la de Trump, es una misión al alcance de muy pocos. Los finlandeses Melting Ice se sienten capacitados. Con nombre de banda post-rock esta asociación medioambientalista ha decidido crear una réplica del icónico monte Rushmore de Estados Unidos sustituyendo a los padres de esa patria por su hijo malcriado. Así demostrarán que sí, que los icebergs se están derritiendo y que la temperatura del planeta no va a dejar de subir hasta que nuestros hijos estén crujientes. La visión del protolíder mundial deshaciéndose va dirigida a todos en general y en concreto a esa señora de ahuecado capilar fino y pasado de laca en que ha ido mutando el presidente de Estados Unidos. Siendo eso lo mejor que tiene, quiero decir. Criticarle la ceguera, la ignorancia y la falta de responsabilidad resulta ya tan obvio que da casi vergüenza. Como cuestionar a lo rico que engorde, al perro que orine en la esquina donde antes lo hizo un congénere, o al contable de alguna sigla que cree cajas B. Por eso me gusta esta acción artística. Es creativa. Pero no suficiente. Va a hacer falta también que un colectivo de artistas de Teherán engarce las piezas de una ojiva nuclear con el perfil de Trump tallado en cristales Swarovsky y proyecten su alargada sombra sobre la residencia que tiene en Palm Beach. Quizá así se dé por aludido. O quizá no, y tampoco llegue a valorar que dinamitar un acuerdo armamentístico como el que ha roto con Irán acrecienta aún más el delicado desequilibrio del planeta y que eso tendría que estar bastante por encima de los intereses y necesidades de cada nuevo gobierno. Y sí, he vuelto a caer en la obviedad.