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Muy bien

Salió del coche rutilante, dibujando gestos redondos. El bolso en parábola cayó sobre el hombro, la melena suelta se colocó en su espacio en la espalda y la puerta del Megane se cerró sin ruido. Absorbida por la cavidad interior del vehículo, pac, se selló dejando el coche envasado al vacío. Disparó una sonrisa al camarero que recogía tres cafés y dos montañas de servilletas de papel usadas de la repisa del bar. Cogió entre los brazos unas mandarinas y unos plátanos de las cajas de madera que el frutero chino con un castellano de sillón de la RAE estaba rotulando con los nuevos precios del día, cambiantes como las cotizaciones en Bolsa. El hombre, en el que se concentraban milenios de sabiduría oriental algo erosionada por veinte años de sobreexposición al ritmo de la sociedad de consumo, la miró por encima de sus gafas.

-¿Qué tal señorita Marta?

-Muy bien, Bao. Con bastante trabajo.

-¿Y su madre y su padre? Hace días que no les veo pasear.

-Eso es por el frío.

-¿Los niños, bien? ¡Increíbles! Ahora les he dejado en el cole.

-A su marido tampoco le veo mucho

-¡Qué casualidad! Yo tampoco. Y le guiñó un ojo para rebajar la ironía.

-Cuando tenga tiempo le invito a un té.

-¡Claro! ¡Lo haremos!

Con agilidad de gacela africana sorteó a una abuela al salir y enfiló la acera como las tops la pasarela cuando el diseñador les ha dejado escritas en un post-it indicaciones tipo “sé tú”, “desafiante”, “diosa”. Bao salió fuera para recolocar unas naranjas que ya formaban una pirámide candidata al Pritzker y la siguió con la mirada. Justo cuando iba a doblar la esquina vio que sus hombros descendían, el bolso resbalaba colina abajo y una caja de Escitalopram caía a la acera.