Una de las cosas fascinantes que tiene la política es cuando algún partido regional hace de anfitrión de algún jerifalte o jerifalta nacional y le invita a que venga a ver alguna cosa o asistir a algún evento. Pasó el miércoles, que vino Inés Arrimadas, de Ciudadanos, invitada por Navarra Suma, coalición de la que forma parte su partido junto a UPN y el PPN. Estuvo Arrimadas en lo de la elección de la presidencia del Parlamento de Navarra y comentó que le había parecido “una infamia”. Que saliese elegida una persona por los votos a favor de varios partidos que suponen recoger el voto en las urnas de 209.422 navarros y navarras hace apenas 20 días, frente a la candidatura presentada por su coalición, que representa a 127.346 personas, le pareció “una infamia”. Hay nada menos que 82.000 ciudadanos de esta tierra más que dan validez democrática a lo sucedido que los que no, pero a la paracaidista llegada del espacio exterior, que habrá pasado en Navarra en su vida como mucho un día, la libre decisión de los partidos legales, democráticos y respaldados por el 62,1% de los votantes navarros representados en el Parlamento de Navarra le parece una infamia, que es, según recoge el diccionario, una acción malvada y vil. Vienen, les enseñan un poquito el lugar, los clásicos pasilleros que llevan siempre las rodilleras puestas les hacen unas cuantas genuflexiones antes, durante y después, dicen dos estupideces faltonas y cuatro tópicos y se van. Y se van con la certeza total de que han dicho lo correcto, de que Navarra por tanto es un lugar infectado de infames y de que solo gracias a personas como ella y a los que ellas representa y con los que ella pacta podríamos, pobres de nosotros, salir de esta horrible situación en la que nos hallamos, los estúpidos de los navarros. Se lo creen. Lo grotesco es que se lo creen. Si esto no es supremacismo moral no sé qué es.