o cuenta Bob Dylan en No Direction Home, de Scorsese: en mi pueblo hacía tanto frío que no había ni delitos. Es una de las muchas consecuencias de este tiempo fuera de la mente, en el que hasta los animales se estarán preguntando ¿Qué coño pasa?: apenas hay delitos, más allá de saltarse el confinamiento, mientras, eso sí, legalmente millones de personas siguen teniendo que ir a trabajar. Y es aquí donde aparece la figura del chivato o chivata. Por chivato entiendo a quien a la mínima avisa de lo que hace otro, ojo. Al día siguiente de empezar el confinamiento, una pareja de mujeres se pegaron una hora paseando por la plaza de enfrente de casa, alegremente, y cuando alguien, al mucho rato, les comentó que por favor tuviesen un poco de tacto y se marchasen se pusieron bordes. No seré yo quien llame a la policía, pero puede entender en aquella situación que les silben como les silbaron, puesto que mantuvieron su actitud muchos minutos sin necesidad ninguna. Luego llegó otro sujeto, que este sí parecía estar lejos de sus cabales, y se puso a tomar el sol y saludar al respetable. No me gustan los linchamientos públicos, son evitables y desagradables, pero tampoco quien se pasa todo por el forro de los cojones a conciencia mientras los demás se esfuerzan. ¿Chivarme? No, pero no te vas a poner a aplaudir... Pienso que con el tiempo todo esto se va relajando y que si actúas con celeridad y normalidad cuando compras o te mueves nadie te señala, aunque siempre hay gente a la que se le va la pinza, pero no es lo normal, ni lo habitual. Vamos a tener, todos, que aprender a convivir con esto. Y con las restricciones y limitaciones futuras que vendrán después de que se pueda salir normalmente a la calle. Porque viene un tiempo nuevo hasta que llegue el tratamiento o la vacuna. Y eso exigirá lo mejor de todos. Cuando estemos en la calle y cuando estemos en las ventanas.