o también he visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tanhausser y terrazas extenderse más allá de Orion. Terrazas que comienzan en un término municipal y acaban en otro y que ya no se miden en metros cuadrados sino en hectáreas: tengo una terraza de seis robadas y otra de varios acres. Bien, creo que los ciudadanos -más o menos consumidores- hemos mostrado esa empatía que la hostelería en numerosas ocasiones ha pedido: si no podían abrir interiores, facilitar que se pudiera hacer negocio en el exterior, aunque fuera en perjuicio temporal de la vía pública, aceras y espacios comunes. Debido a los horarios, el aspecto del ruido se ha limitado a horas más o menos aceptables, aunque al que tiene una terraza hermosa debajo de casa las horas de la siesta durante estos meses pasados ni las ha olido. Ahora, con la negativa de los jueces -que vivirán en chalets a las afueras- a limitar los horarios, estos vuelven a tramos pre pandemia y eso también está bien, pero ahora llega el momento de saber si esos horarios y legislaciones se cumplen o no. Porque, a priori, solo las terrazas permitidas antes de marzo de 2020 podrán abrir hasta la 1 de la mañana y las permitidas posteriormente para hacer frente al cierre de interiores tienen de tope hasta las 23 las de mesas bajas y hasta las 22 entre semana y 23 de jueves a sábado las de mesas y sillas altas. Porque esas terrazas como la macrogranja de Caparroso con el personal bien regado desde el punto del mediodía por los ajustes horarios si las dejas abiertas hasta la madrugada para el vecindario mucho de empáticas no tienen. Y aquí o somos empáticos todos o ninguno, la verdad, porque cansados estamos todos. ¿Facilitar? Sí, pero hasta cierto punto y a cierta hostelería, la que cuida de sus vecinos y los respeta. Porque hay otra que ni le importaba antes ni le importa ahora. Empatía con esa: cero.