ás allá de la afección final real que la arena -y el estiércol y la paja y el trajín- utilizada para el famoso concurso hípico tenga o no tenga sobre el césped de la Ciudadela de Pamplona lo que le queda al contribuyente es la sensación -o más bien la certeza- de que los poderes públicos permiten lo que les salga de los huevos a según quién y nada a la inmensa mayoría. Vives en una ciudad en la que hasta para silbar hay una ordenanza y multas y te puede poner jeta rara un municipal por unas 300 cosas distintas y tú ni enterarte qué has hecho y en cambio observas con incredulidad cómo un supuestamente protegido lugar -catalogado por Príncipe de Viana- se convierte primero en un arenero como en el que juegan los críos pero gigante y luego en un ejemplo de dejadez y parsimonia. Tú como individuo coges un saco de arena y lo vuelcas a ojos vista de todos encima de uno de los miles de hierbines de la ciudad y te cae la del pulpo, pero se ve que si lo haces por miles de sacos de arena y en nombre del retorno económico y bla bla bla no solo no pasa nada sino que además luego puedes dejar eso ahí hasta que a la arena le salgan veraneantes. Y es que vuelve a quedar claro que la frase todavía hay clases es una de las más ciertas del refranero o del listín de frases hechas, algo que sabemos todos pero que molesta aún más cuando ves que entre todos se trata de conservar la ciudad lo más dignamente posible pero es el propio ayuntamiento el que por acción o por omisión más se pasa por el arco del triunfo la protección a uno de los escenarios que más valoramos los pamploneses, algo que también es una verdad de todos conocida: que son los propios poderes públicos quienes más joden lo que supuestamente dicen defender. Luego pides urbanidad y todo esto que se nos suele pedir a los contribuyentes, más que atónitos hartos de tanto jetas y de tan poca vergüenza.