ás allá del detalle de si las barras que se van a colocar en la Plaza del Castillo son así o asá, enanas, antihigiénicas y lo que queramos, más allá incluso de la imagen de colocar una especie de surtidores de priva a mayor gloria de unos pocos hosteleros en plena vía pública, a mí lo que me inquieta de esta decisión es la sensación de degeneración del concepto que una institución tiene de la ciudad, de sus ciudadanos y de la propia filosofía que quieres trasmitir. Porque luego tú puedes llenarte la boca con que quieres que sean los mejores sanfermines de la historia, con mucho vídeo, con mucho pañuelo atado en estatuas, con mucho blá blá blá a fin de cuentas falso. Al final, lo que haces es poner unos surtidores de priva para que el personal se embrutezca aún más, cuando la ciudad, la parte vieja de la ciudad, tiene uno de los ratios bar-persona más altos del hemisferio norte y sabes que esa es la imagen que vas a vender al exterior, aún más que hasta ahora: la de un lugar en el que el alcohol es el absoluto dueño y señor de la feria, muy por encima de todo lo demás. No es una crítica, pero es la realidad que se apuntala, cuando tratar de ir en una dirección algo menos alcohólica al menos a nivel institucional quizá debiera ser obligado. No es excusa eso de que el ocio ha cambiado algo y que cada vez se bebe más en la calle, puesto que desde hace meses los interiores de bares y discotecas están hasta las cartolas. Simplemente se trata de intentar menguar el perjuicio ocasionado al quitar el montaje del Labrit inventándose un sistema profundamente cutre en el lugar más emblemático de Pamplona junto con posiblemente el Paseo de Sarasate, un lugar con terrazas a troche y moche y un volumen de circulación altísimo. "Esto se va a convertir en una fiesta poligonera", dice el encargado del Casino Eslava. Es complicado encontrar un solo argumento que rebata esa idea.