“Cariño, ¿no duermes? No, no puedo. No paro de darle vueltas, se acaban las vacaciones y nos volvemos ya. Y esto se va a quedar solo”, responde el marido. Entonces ella dice: “Me preocupa que entren a robar o que se nos meta alguien”.

Este anuncio radiofónico de una conocida empresa de seguridad insiste cada mañana en vendernos el miedo y la inseguridad como si de un menú del día se tratara. La empresa, cuyo nombre no citaré por seguridad, hace caja con la sospecha y el miedo al por mayor. Aunque desde 2011 los robos hayan bajado casi un 50% y la inseguridad ciudadana no sea ni por el forro la mayor preocupación del personal. Pero la incertidumbre y el miedo a los “otros”, léase okupas, inmigrantes, buscavidas o vagabundos, -de quienes la pareja del anuncio sospecha- se ha convertido por obra y gracia del capitalismo canalla en la excusa, no ya de un negocio, que también, sino en la comodidad de vivir encantado en un estado de excepción en miniatura. Porque uno empieza poniéndose una alarma “por si acaso” o porque solo busca tranquilidad, y acaba justificando el linchamiento social de drogadictos, okupas y otros grupos excluidos. Es lo que pasa cuando se han individualizado todas las respuestas y relativizado todas las preguntas. Si no, pregúntele al Abascal o al Rivera. Esta gente te vende cerraduras, pero el mundo sigue siendo cada vez más traicionero.

Y ya puede haber más de doscientos casos de corrupción pendientes que nos cuestan 90.000 millones al año. Ya pueden los trileros de la Noos, la Gürtel, Malaya, la Púnica, casos Palau, Bárcenas, Palma Arena, Fabra, Pretoria, Brugal, Rasputín, Pokemon, Lezo o Taula haberle hecho un costurón al Estado de 900.000 millones. La empresa del anuncio que vende el miedo enlatado como otros txistorra sin colesterol, seguirá blindándole contra cuatro rateros, pero jamás contra estos tiburones. Contra estos no hay prevención que valga ni alarma que se les resista.