nrique Maya despertó inquieto. Había soñado con el futuro de la Pamplona pospandémica que él regía. En ese sueño aparecía Cioran que le decía: "espero que estos largos días de indigencia y esterilidad den sus frutos. Quizás solo seamos realmente nosotros mismos en esos periodos de espera indefinida y de vacío evidente". Se extrañó recordando esto. No supo, hasta que se tomó el primer café de la mañana, que una cosa llevaba a la otra. Poco dado a las fantasías, Maya supo esa mañana que solo las utopías nos suministran precisiones sobre el futuro. Entonces recordó el sueño, como si lo estuviera viviendo; una Pamplona que había suspendido la ejecución de las Torres de Salesianos y también el Hostel de Unzu y el Parking de las huertas de Santo Domingo. Y en esa Pamplona soñada, había más carriles bicis, menos coches, menos ruido y más aceras que se habían ampliado en vez de las terrazas de los bares. Y nuevos centros de día para esos mayores que habían sucumbido tras una feroz fragilidad. Y había también un plan de viviendas municipales y una normativa que impedía el carroñerismo especulativo de los alquileres. Y un plan de rescate del comercio de proximidad, ese que había estado a la altura de los héroes del silencio. Y también una revisión de la norma de los apartamentos turísticos, ahora que el turismo se había retratado como el sector rehén de la precariedad laboral, altamente contaminante y absolutamente cortoplacista. En el sueño, la ciudad pospandémica vivía un tiempo que había desacelerado su velocidad de consumo y frivolidad recluyéndose en vivir mejor y con más intensidad. En ese punto del sueño despertó, como si no le cuadrara todo esto, sudando. Entonces se le apareció su vecina, la del segundo, para decirle que volver a la normalidad, la de antes, era el problema, no la solución. Maya supo entonces que la vida estaba en suspenso. Y convocó un pleno urgente.