os policías de balcón de aquellos idus marzo han mutado en los nuevos Torquemadas de la red. El otro día uno se dejó caer por Facebook echándole en cara a El Drogas que se había vendido al gobierno, al capital y hasta al mismísimo baranda de la Pfizer. Todo porque El Drogas dijo: "Creo que en estos momentos es un punto de esperanza, así que cuando toque, yo me vacuno". Entonces el mendas, uno de esos que conjugan la vida a golpe de urbi et orbi, un repartidor de justicia moral al por mayor, le escupió esto: "Es tu decisión, la cual respeto mucho, pero que lo hagas público siendo quien eres es algo que ya no respeto tanto (€) Joder, tío, que has fumado de lo mío, has bebido a mi lado después de varios conciertos". Esto le dijo, como recién salido de un cursillo acelerado de izquierdismo nostálgico regado de bourbon. Como si esa complicidad añeja le diera patente de corso para ponerlo contra las cuerdas y pedirle carnet de coherencia rojera a perpetuidad. Porque lo que le quería decirle a El Drogas este segurata de la nueva moralidad es que vacunarse es un gesto de derechas. Entonces, don Enrique, bajo los efectos de una iluminación poética muy quevediana le contestó: "Hemos bebido lo mismo, pero no nos ha sentado igual". Ignoro la cara del tipo al leer esto, pero si a mí me sueltan eso, me doy al Disulfiram, que es lo más parecido a llevar una pistola cargada contra la sien. Seguro que este tipo va de izquierdas con pedigrí. Pero para mi un pensamiento crítico no es el que da caña porque sí, ni el que denuncia por sistema o pone a parir a El Drogas porque se quiere vacunar. Eso es moralizar la pandemia. Para mí, el pensamiento crítico, como dice Amador Fernández, es el que escucha los procesos de resistencia. Dicho de otra manera, ¿y si en vez de tanta gilipollez usamos el virus para mirar de qué están hechas las cosas?