a periodista Leila Guerriero dijo una vez que se mira hacia atrás con vértigo y hacia delante con curiosidad. Hasta que llega un día que miras alrededor y ya no hay vértigo. Ni nada inesperado. Creo que eso está pasando en la política navarra. Lo hemos podido comprobar en el último Debate del estado de la Comunidad. Y es que pareciera que la izquierda navarra, toda, ha acabado por aceptar, como dijera Fredic Jameson, que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.

En ese debate, o lo que fuera, me dio la sensación de que las horas pasaban, una tras otra, todas llenas de vacío. Alguna vez se rompió el hastío y alguien pronunció la palabra transformación. Quise pensar que del mundo pero enseguida caí en la cuenta que allí solo se quería gestionar, que no cambiar, los despojos de una sociedad más que satisfecha. Allí solo había lugar para la autocomplacencia del gobierno y cierta rivalidad, muy correcta eso sí, entre partidos que brindaban por la tranquilidad y el consenso mientras la derecha onanista se encabronaba en la tribuna para ventilar su resentimiento.

Aquel ambiente plano y sin sobresaltos, venía a confirmar lo que Mark Fisher definió como el “realismo capitalista”, esa idea de que el capitalismo es el único modo realista de organizar la sociedad. Porque hay una relación inherente entre capitalismo y realidad. O lo que es lo mismo, cómo culturalmente se elimina la política de izquierda y se naturaliza el neoliberalismo.

En ese debate se dijeron cosas, sí, pero en el fondo no se pasó de frases que naufragaban en el pantano del escepticismo. Como si estuviéramos asistiendo a la definitiva cancelación del futuro. Y la izquierda no debe contentarse con gestionar, mejor o peor, los costurones de una sociedad cada vez más desigual; debe refinar el discurso y aclarar qué es el sistema y qué es lo que se necesita para cambiarlo.