quellas palabras tenían mucha vida laboral acumulada. Pero ahora se sentían traicionadas. Durante muchos Primeros de Mayo posaron para pancartas, pegatinas y eslóganes sindicales. Y durante años desfilaron por calles tomadas por obreros de fiambrera. Pero ayer, a falta de obreros de los de antes, y de Primeros de Mayo de los de antes, muchas de ellas, viejas y estafadas se juntaron para protestar contra las puertas giratorias del idioma.

Encabezaba la manifestación la palabra obrera, junto a su compañero obrero, que protestaba por ser ahora una operaria. Le seguía el paro que no quería ser llamado desempleo, la huelga no quería identificarse con suspensión de la actividad laboral, la explotación rechazaba ser ahora subjetivación de la vida, el despido no quería llamarse ajuste estructural. Lo mismo le pasaba al convenio, que ahora era regulación laboral consensuada, tampoco la clase obrera quería ser confundida con el precariado, aunque fuera un colega de última generación, ni la lucha de clases mezclarse con las luchas identitarias y culturales, y la conciencia de clase quería ser eso, conciencia y no personas politizadas. La autogestión protestaba porque ahora se confundía con autosugestión. Las horas extras iban todas juntas y rechazaban ser denominadas tiempos para la optimización de resultados. La palabra capitalista renegaba por su reconversión en emprendedor y la unidad obrera se enfadaba pues se había transformado en confluencia, como si fuera el desagüe de un río o algo parecido. Cerraba la marcha el imperialismo capitalista que, muy enfadado, maldecía por llamarse ahora globalización.

La manifestación tuvo mucho éxito. Algunas palabras sueltas que andaban por allí, sin la compañía de ningún adjetivo ni verbo alguno, se solidarizaron con ellas. Por ejemplo el frío, que ahora se había convertido en sensación de frío.