i no fuera porque el imputado es un ganadero de Luzaide/Valcarlos, parecería el comienzo de una novela negra sueca: aparecen en dos bordas los restos de 27 ovejas y 9 vacas muertas de sed y hambre tras semanas de agonía. Huesos y pieles encadenados a pesebres. Los vecinos dieron la voz de alarma y fue el propio imputado el que fue a dar de baja a los animales al Servicio de Ganadería. Aún falta conocer el paradero de otras 23 ovejas y cuatro vacas que formaban el resto de la explotación. Parece que este sujeto simplemente se quería quitar los animales de encima y no se le ocurrió nada mejor. Con la ley vigente esta burrada le podría costar una condena de 18 meses de cárcel, que si no tiene antecedentes no le supondría ingreso en prisión, y quizá una multa. Seguramente menos que conducir con unas copas de más.

El sabor a podredumbre que te deja esta noticia contrasta y mucho con lo que el otro día decía en estas mismas páginas Maite Sánchez, la admirable ganadera de Goizueta que cría vacas salvajes betizu. Explicaba que cuando una vaca ya es vieja, en Domiña no se las lleva al matadero sino que se las deja en libertad hasta su último aliento: "Permitir que mueran cuándo y dónde les toque es nuestra manera de darles las gracias por habernos ofrecido toda una vida de terneros y haber cuidado nuestros montes."

Ovidio ya nos advirtió hace dos mil años de que "la crueldad hacia los animales enseña la crueldad hacia los humanos" y en estos tiempos en los que la violencia se expande como la pólvora, es más necesario que nunca defender a los animales, porque esto es defendernos a nosotros mismos. Esperemos que la nueva ley de protección animal que está en camino ayude a cambiar algo.