El lunes pasado, El Roto publicó una viñeta, titulada El experto, en la que aparecen un hombre y una mujer mirando un cuadro en el que hay una mierda enorme. Y el hombre dice: “Pero, ¿cómo va a ser una mierda? ¡Fíjese en el precio!” La semana pasada se celebró en Madrid Arco 2019. Como todo el mundo sabe, Arco es una feria comercial aunque la segunda sílaba signifique contemporáneo. Todos los años, a propósito de las obras expuestas en Arco, los medios buscan lo más polémico, lo más provocador: unos ladrillos, restos de un desayuno, paquetes de ropa usada, lo que sea (este año un muñeco gigante del rey), y a continuación se preguntan: ¿Esto es arte? ¿Qué es arte? La metáfora de la mierda es antigua. Ya en 1961, Piero Manzoni se convirtió en artista laureado al llenar 90 latas con su propia mierda (30 gramos en cada lata) con una etiqueta que honestamente anunciaba: Merda d’artista. Tenía precio: el correspondiente al valor del oro. Una buena venta justifica cualquier maniobra publicitaria. O, en último término, disipa las dudas y acalla las críticas. Si lo que se pretende es vender y se logra, cualquier otra consideración posterior resulta ya ingenua. A menudo, las nuevas tendencias artísticas producen perplejidad y hasta un cierto malestar en los espectadores que acudimos a las exposiciones para masas atónitas. Vemos un montón de arena en el suelo o unos cuantos paquetes de ropa sucia atadas con cuerdas y al instante nos interrogamos por el sentido del arte y por el destino de la humanidad. Pero el arte no tiene nada que ver con el sentido ni con el destino de nada. El arte es engañoso y complejo. Y, casi siempre, incorrecto. De todas formas, no hay que olvidar que Arco es una feria. Y todos los años, según suelen afirmar invariablemente sus organizadores, tanto la asistencia de público como las ventas superan a las del año anterior. Si el negocio funciona, es arte.