o es por nada, pero en casa, siempre que hablamos de la familia, decimos la palabra en italiano y con la entonación exclamativa y susurrante de Vito Corleone. Lo hacemos ya sin darnos cuenta. No es que pensemos que la familia es una mafia, pero bueno, ya me entiendes. Hemos visto mucho cine. A las familias les he tenido siempre miedo, tienen una ferocidad tremenda, van un poco a ciegas, decía el gran Ramón Gaya. No sé por qué lo diría. De todas formas, la palabra mafia es un apócope de Mia famiglia, por algo será, digo yo. El caso es que la importancia de la familia es innegable y no se puede negar. Negar la importancia de la familia en la propagación del virus sería estúpido, así que no lo haré. A los virus les chiflan las familias. Si en alguna parte se cultivan y comparten los virus con afecto es en la familia. Las cenas, las comidas: eso es la familia. Estar todos juntos y echar un buen rato haciendo unas risas. Sobre todo en navidad. Y si hay parchís, mejor. La familia es una deficiencia de la que no nos recuperamos fácilmente, decía Herman Hesse. Ignoro lo que eso significa. Pero me temo que es cierto. Nadie se recupera nunca de su familia. Y si se recupera, peor. En la familia hay muchas cosas que se saben y no se dicen. A la familia le encanta la omertá. Aguantar el silencio. Por ejemplo, sabemos que en enero y febrero habrá una tercera ola de contagios como consecuencia de las reuniones navideñas, pero preferimos no decirlo porque así nos convencemos a nosotros mismos de que no lo sabemos. Lo que, si te fijas bien, implica una tesitura mental bastante bizarra, por decir algo. ¿Somos realmente criaturas racionales? Lo somos a veces. Depende de los lejos que estemos de la familia. Pero, ¿quién quiere eso? Nuestro comportamiento es más emocional que racional casi siempre. Los epidemiólogos lo saben y están temblando. Pero si en tu familia no hay epidemiólogos, pues nada: podéis fingir no verlo. Que haya suerte.