ue la vida sea una comedia o una tragedia depende de ti. La vida es lo que hay, no un género literario. Ahora bien, según cómo te la cuentes a ti mismo se convertirá en una cosa u otra. Tú eres el autor del relato y tú eres el público. Porque ese relato es solo para ti. Si optas por el tono trágico, tienes que ponerte serio y usar un vocabulario solemne. La mayoría hace eso. Y resulta convincente: funciona. La tragedia tiene cosas buenas, claro. Supongo. Al menos, tiene prestigio. La comedia, sin embargo, no sé qué decirte. Es más insustancial, ¿no? En fin. Luego, en el fondo, ya sabes: todos estamos solos. Todos estamos un poco locos. Todos tenemos una pequeña historia de amor más o menos desdichada. ¿Dónde está mi sueño dorado?, se pregunta una angustiada y jovencísima Laura Dern en Terciopelo azul de David Linch. Y pienso: con la música adecuada todo da miedo. La música que le pones es importantísima, a eso iba. Me gusta volver a ver películas viejas de Linch, lo reconozco. Pero no me preguntes por qué. Tienen algo que es imposible de entender. Puede que sea eso lo bueno. Nos hemos convertido en unas alimañas muy exigentes: queremos entenderlo todo. Queremos que todo sea transparente y bonito. Queremos que nos digan la verdad, ¿no es enternecedor? En otras épocas nos contentábamos con menos. Me siento en la plaza a tomar un café y pasa una furgoneta de la policía nacional. A los treinta segundos pasa una furgoneta de la policía foral. Y luego, naturalmente, otra de la policía municipal. Un placer saludarle, señor agente. Y en seguida vuelve a pasar la de la policía nacional. Seguro que hay alguna policía por encima de la policía nacional, pienso. Así que miro al cielo buscando drones. Y no veo ninguno. Pero sé que están. O estarán pronto. Por nuestro bien, naturalmente. Los drones están ahí por tu bien, nos dirán entonces. Y será verdad. Algunos harán chistes con eso y los meterán en la cárcel.