uando Évole le pregunta a Aznar por la corrupción histórica del PP, el viejo líder (con esa pátina de sabiduría y encanto entrañable que los años conceden únicamente a algunos elegidos) responde que el PP está hecho de personas. Y acto seguido, se encoge de hombros y añade (como si eso le apenara un poco) que las personas no son perfectas: que cometen errores. Es un crack. Como dice Victoria Abril, mira cariño: hay que ver lo que hacéis con las palabras. Las personas no somos perfectas, vale. El PP tampoco lo es, de acuerdo. Y la democracia tampoco puede serlo, deduzco. Digamos que podría mejorar. Todas las democracias podrían mejorar. Y la española ni te cuento. También la justicia podría mejorar. Hasta Dios podría mejorar, creo yo. Al menos, podría elegir mejor a sus vigilantes y capataces, ¿no? Según leo, la principal función del Consejo Superior del Poder Judicial es garantizar la independencia de los jueces frente al poder de los políticos. Qué, ¿cómo te quedas? Independencia judicial, suena bien. Todo es un poco así en la democracia. Parece que bastara con escribirlo de un modo enfático para que suene a verdad. Aznar asegura que él nunca se corrompió. Qué casualidad, Sarkozy dijo lo mismo, al día siguiente. Pero si bastara con decirlo para serlo, todos seríamos inocentes. Últimamente se está hablando mucho de los viejos secretos de Estado: menudo pozo séptico hay ahí, ¿eh? Los GAL, el 23-F, la leyenda negra de Juan Carlos, yo qué sé. Aquí nunca se desclasifica nada. La Justicia es una ilusión. Como la verdad. Verdad es una palabra que también suena muy bien. De maravilla. Todos amamos la verdad y nos llenamos la boca con la verdad. Pero, ¡ay! Mejor que no salga a la luz. ¿Transparencia? Sí, sí, mucha transparencia. Pero hoy no, mañana. Otro día. Ya veremos. Que ahora hay mucho lío. Siempre lo hay.