omo no hay procesiones, la gente se ha lanzado a las terrazas, opina el camarero. Lo de las procesiones es lo de menos, le digo yo. La gente se lanza a las terrazas de todas, todas. Con procesiones o sin procesiones. Es verdad, lo que a la gente le gusta es sentarse en una terraza. Si hay croquetas, mejor. Pero, al final, da igual. Si no hay croquetas tampoco pasa nada. Yo me siento. Lo mejor de la vida, ¿qué es? ¿Lo has pensado? Vuelta y vuelta, lo mejor de la vida es estar sentado en una terraza. Tú ahí, tomando algo. Tranquilo. Mirando a la gente pasar. La vida pasa delante de tus narices cuando estás sentado en una terraza: te muestra sus piruetas, más o menos patéticas, se esfuerza en agradarte, pobrecita. Y tú solo tienes que sonreír. Tampoco mucho, ya sabes. Porque, en las terrazas, se está a gusto, pero no se hace el tonto. En el cielo tiene que haber terrazas. En Pamplona, más aquí, ya hay seiscientas. Pero son pocas. Porque están todas llenas. No hay una mesa libre ni en viernes santo. La gente suele decir que le gusta viajar por el mundo, conocer otras ciudades, pero es para sentarse en las terrazas y ver pasar a los demás. Al final, la gente es igual en todas partes. No hace falta viajar mucho para darse cuenta de eso. Si no has visto otra cosa, puedes pensar que la gente de otros sitios es distinta. Qué ingenuidad tan fanática. La gente es la misma en cualquier parte del mundo. Igualita, vamos. Y, en general, mira: yo a la gente el pongo un seis y medio. O sea, un bien alto. No llego al notable, lo siento. El notable se lo podría poner a un diez por ciento, como mucho. Pero un bien alto no está mal, si no eres orgullosa (apúntatelo). A mí siempre me ha bastado con un bien alto. Y siempre me ha encantado mirar a la gente. Ya sabéis lo que creo: no hay espectáculo como el rostro humano. Hay que mirarlo siempre. Lo mejor de la vida es mirar. Y para eso solo tienes que sentarte en una terraza. ¡Más terrazas!