i me reencarnara no me importaría ser una gaviota, dice Lutxo, mi amigo imaginario de derechas. Le encanta el pescado, claro. Yo, en cambio, me contentaría con ser una lagartija. Tiene que ser fácil pasar por este mundo siendo una simple lagartija. Pillas un par de moscas y ya está. Seguro que están buenas. El resto del día lo puedes dedicar a tomar el sol en el muro del tiempo. Hasta que te cace un cuervo. O una gaviota, qué más da. De todas formas, yo preferiría que fuera un cuervo. Siempre he sido un poco pesimista. Si tuviera que tatuarme algo, me tatuaría un cuervo o una araña. Ya digo, en épocas como esta, merece la pena ser pesimista. Como mal menor. Mira, lo bueno de ser pesimista es que piensas que todo podría ser mucho peor. Y eso, de repente, si te fijas, suena ya extrañamente optimista. Porque, si podría ser peor y no lo es, al final, siempre te sorprendes gratamente, ¿no? Supongo que lo malo de ese camino es que te acostumbras a aguantar. Pero puede que aguantar no esté mal. Y esta sensación que tenemos todos de estar constantemente aguantando, sea en el fondo una buena señal. Si no aguantáramos tanto ya nos habríamos extinguido, dice Lutxo, muy aficionado a los documentales de Historia. En fin, como nos hacían falta buenas noticias, la ONU ya ha lanzado la alerta de un posible colapso alimentario global en breve. Para animar. También se empieza a oír hablar de economía de guerra. El problema de la energía ya causa malestar y crispación en prácticamente todos los sectores. Lo que antes valía veinte ahora vale cuarenta, le oí decir ayer a una abuela en el autobús. Malestar y crispación, dos caramelos que vamos a tener que chupar todavía un poco más, me temo. Quién sabe hasta cuándo. No creo que exista el diablo, pero, si existe, seguro que tiene una fábrica de armas y se lo está pasando cañón subiendo los precios, dada la demanda imperante en el sector.