ay una seta en el frutero. Lleva ahí una semana. Tiene buena pinta pero de su carne vegetal el miércoles brotaron ya círculos microscópicos de moho blanco. En realidad creo que es un hongo, pero no entraré en cuestiones de género, no soy muy micóloga. Anoche dejé de mirarla camino del sofá porque en Filmin nos esperaba Escenas de un matrimonio. Ingmar Bergman y su bisturí. Una de esas series o películas que quieres ver pero te dedicas a procastinar. Sin duda Liv Ullmann funcionará bien en su papel de esposa abogada -no abnegada- y Erland Josephson en el de marido profesor de psicología entregado a aventura con jovenzuela. Y Bergman ejecutará su magisterio de diseccionador de la mente y las emociones. Sabes también que es una de esas películas-espejo. Radiografía las fases -reconocidas o no- de la pareja, el enamoramiento y la pasión incandescente, el cariño, la rutina confortable, el vacío. La cosa es que al final no la vimos porque se me acabó la paciencia. Primero se bloqueó la señal wifi, después la plataforma y luego ya hubo que actualizar el número de tarjeta pero tampoco lo actualizó. En fin. Comenté a mi hombre lo de la seta. Que seguía esperando. La trajo ilusionado de una ruta por el monte porque él sí conoce a las setas y quería averiguar cuál era. La dejó en el frutero. Desde el segundo 1 yo sabía que ahí iba a morir. Podrida, sola y sin nadie que supiera decirle quién era ni a qué familia micológica pertenecía. Pero aguanté sin decir nada hasta ayer. Entonces él me respondió que no tenía tiempo para rastrear la identidad de la seta y que a él también le tocaba las narices que yo llenara la encimera de la cocina con jarras, flores, Barbapapás y todo tipo de objetos que, efectivamente, suelo dejar ahí.

-Vale, pero ayer quité la jarra.

-Para ocupar el hueco con este segundo frutero que no necesitamos.

-Tú sí, para dejar la seta.

¿Te resulta familiar? Bergman no es el único que fabrica espejos. Si él pudiera mirarse en ti quizá también se reconocería en algún reflejo.