n nuestroedificio vivía un perro que se llamaba Schopenhauer. Si lo colocabas bajo su nombre, con el hocico pegado a la S, al llegar a la N el perro ya se te había terminado.Le sobraba nombre. Hay cosas que nos quedan grandes. Un abrigo, una responsabilidad, una aspiración, una oposición política.Algunos se dan cuenta y procuran acomodar el tamaño de esa realidad a sus posibilidades pero otros van a todas partes dentro de su abrigo enorme. La cuenta de Twitter de Pablo Casado se ha ganado el sueldo esta semana. Sólo el miércoles 13, sesión de control al gobierno, disparó a Sánchez todos los proyectiles que llevaba en el cargador: críticas a la subida de la luz, a la no construcción de viviendas prometidas, al volumen de personas en situación de pobreza, a los pactos con independentistas, al desempleo, al despilfarro, a que en vez de crear empleo para jóvenes les ofrece bonos para gastarlos en cómics y videojuegos. Le llamó radical, sectario, peronista y chavista para terminar augurando que tendrá que volver el PP para salvar por tercera vez a España. Y así todo el rato. Maravillan los rostros de los diputados de su grupo que le flanquean en el graderío -aplicable a cualquier sigla, claro- ejecutando disciplina de partido en su esfuerzo gestual por secundar, respaldar, reafirmar y aplaudir por encima de la línea de mascarilla con miradas, entrecejos y oscilaciones de cabeza. En el ADN del ejercicio de la oposición a un gobierno están escritas la disección quirúrgica y la crítica de propuestas y medidas adoptadas. Pero si te limitas a incendiarlo todo y constantemente desde las tribunas de Twitter, Congreso y medios afines sin aportar alternativas quizá te ocurra lo que a nuestro miniperro vecino con su nombre. Quien se lo puso compartía ironía con el Schopenhauer original, un hombre alemán, radicalmente ateo y pesimista que dejó un buen puñado de sentencias. "Hay seres de los que no se concibe cómo llegan a caminar sobre dos piernas, aunque eso no signifique mucho".